Increíble (IIIII)[1]
— Gómez.
— No me va a creer señor, pero…
— Exacto Gómez. No le voy a creer, así que ni intente explicar. Usted está…
— Pero señor, déjeme que le cuente –suplicó el empleado, con tono lastimero.
— No, basta Gómez. Le dije que leyera el cuento del lobo y el pastorcito. Me harté Gómez – explicó el jefe realmente irritado, hasta en las axilas.
— Pero justamente jefe, eso es lo que me pasó. Para meterme en la atmósfera del cuento me fui al bosque y…
— Ah bueno, no me diga que lo atacó un lobo.
— Sí, si. Exacto. Me atacó un lobo. Mejor dicho nos atacó un lobo. Estaba con mi mujer.
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